¿Hablamos de museos y comida?

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¿Hablamos de museos y comidas? ¿O de comida y museos?

Septiembre está recién estrenado y aún colean en nuestras cabezas recuerdos de los viajes del verano.

En mi caso me visitan sobre todo recuerdos sobre la gastronomía de cada lugar. De hecho, para mí un viaje no es un buen viaje si no se ha disfrutado de comida variada, novedosa, de calidad y por supuesto con un buen precio. Saboreo el plato con interés, despacio, oliéndolo, disfrutando de los detalles, cómo ha sido presentado, de la gente que me rodea en el restaurante.

Aunque sin duda lo más importante es paladearlo, con calma, y comentarlo con la compañía, y si merece la pena, volver a comentarlo días más tarde, y ver las fotos en el móvil, buscar la receta en internet o recomendarlo.

Todo un proceso alrededor de la gastronomía que repito en otra faceta de mi vida: la visita de museos de arte y en concreto el disfrute de esos cuadros que te ponen el alma del revés una vez te colocas delante de ellos.

Museo Pushkin de San Petersburgo

Este verano visité el Museo Estatal Ruso de San Petersburgo. Precioso, memorable. Variado, novedoso para mí, de calidad y a buen precio, en resumen, muy buen menú. La ciudad es inmensa, y si además se añade ese ritmo lento y constante al andar de una sala a otra sala de un museo, el resultado es una necesidad imperiosa de descansar cada cierto tiempo.

Las rodillas palpitantes te urgen a buscar un banco. Y hay pocos, así que están muy valorados. En esos descansos, aproveché para observar a otros visitantes y me sorprendió que muchos turistas dedicaban escasísimos minutos a cada sala y se sacaban fotos con cuadros a los que apenas miraban. No lo entendía. Ni siquiera eran cuadros especialmente famosos.

Respeto las diferentes formas de viajar, y por supuesto no es fácil ceñirse a un horario cuando se visita un museo, y menos si lo estás disfrutando.

Pero ¿por qué hacerse una foto con un cuadro al que no has dedicado ni medio segundo? ¿Qué van a hacer con esa foto? Me pregunto si llegará a verla alguien. No quiero pensar en el tiempo que dedican a comer, ni a otras actividades algo más románticas…

¿Es ese el ritmo con el que se saborean los momentos?

Es verdad que a veces el tiempo apremia. Y es verdad también que entrar en un museo y tener que adaptarse a un ritmo que no es el natural de cada uno, es igual que comer a toda velocidad o terminar demasiado pronto y tener que esperar al resto y ver aburridamente cómo acaban sus platos. Tengo mucha suerte porque mi pandilla-visita-museos tiene un ritmo cadencioso que coincide más o menos para todos. Esto me permite no estar tan pendiente del reloj. Y así, me dejo llevar de sala en sala.

Cuando entro en una y un cuadro capta mi atención, voy directamente hacia él. Suelo hacer algún ruido en voz alta, un discreto“puff”, un silencioso “madre mía”… Dependiendo de la fascinación, se me hace un nudo en la garganta y ya sé que ese cuadro quedará en el recuerdo. En otras palabras, se me hace la boca agua.

Quizá olvide trazos, colores, detalles, pero esa sensación queda grabada.

Y lo miro, y lo remiro, y pasan otros espectadores, y oigo las tarimas crujir, y lo vuelvo a mirar un poco más lejos, o quizá más cerca. Y luego observo el marco, el autor, la cartela y seguramente haré fotos: primero al cuadro, luego a la cartela, nunca a mí. Y luego me voy alejando poco a poco y veo el resto de la sala, y cuando voy a salir, echo un último y ya nostálgico vistazo, porque no sé cuándo lo volveré a ver, si es que volvemos a coincidir otra vez en el futuro.

Ya una vez fuera del museo, con unos vinos delante, o cervezas, o spritzs o lo que exija la ciudad que se visite, la pandilla y yo comentamos con los móviles en la mano lo que quedó en el recuerdo de cada uno. Unas veces coincidimos, otras no. El objeto de deseo puede ser diferente, pero la sensación es similar. A veces ocurre que algunos han visto cuadros que yo no he visto. Lo mismo que cuando un plato para compartir entre todos desaparece y no he podido probarlo. Encima era bueno. Coraje absoluto…

Y seguramente después habrá una cena o una comida, que llegará con su plato, su olor, sus sabores, y desviará la atención del cuadro.

Y otro día volverá a ocurrir todo el proceso. Y otro quizás no. Y otro día quizás sí. Nunca hay garantía de éxito al probar un nuevo plato. Y así, viaje tras viaje. Exposición tras exposición. Sumando recuerdos, sumando tarimas crujientes en la memoria.