La Bienal de Arte de Venecia 2022, IV
En este último blog sobre la Bienal de Arte de Venecia 2022 me gustaría mencionar aquellas obras que se me quedaron grabadas por su elegancia y belleza. Dos conceptos del todo subjetivos, por supuesto.
Según la Real Academia Española, BELLO es aquello que, por la perfección de sus formas, complace a la vista o al oído y, por extensión, al espíritu.
Me encanta esta definición por su extensión al espíritu. La belleza no queda a nivel de los sentidos físicos, trasciende en cada espectador de maneras distintas.
Esta sería mi selección.
«Liquid Light», de Lina Albuquerque. Castello.
En esta instalación se pueden ver esculturas de esta artista americana, pero lo que realmente me llamó la atención es una película de imágenes bellísimas que transcurre entre el espacio y la tierra. La protagonista, intenta hacer llegar a los habitantes de nuestro planeta la belleza de su cultura, encontrándose con la negativa humana a abrirse a experiencias, a lo que no es conocido.
La película está grabada en Bolivia, con imágenes en las que contrastan colores, formas y razas. Hay mucha delicadeza y mucha belleza en este cortometraje.
Aquí se puede visitar la web de la artista; creo que su trabajo merece una investigación profunda.
«Flowers from a Garden of the Metamorphosis in the Space Capsule», de Tetsumi Kudo. Arsenale.
Este artista japonés utilizaba a menudo su obra para criticar duramente el consumismo y la política de su país durante la recuperación de la posguerra. En sus trabajos se puede ver una «Nueva Ecología» en la que el ser humano, la naturaleza y la tecnología se habrían entrelazado.
Es lo que presenta en la Bienal de Arte de Venecia con esta instalación de 1968 de flores artificiales y luz negra. Es una obra de elegancia atemporal. Los colores fuertes contrastan con la oscuridad. Es la unión de la naturaleza y la tecnología en un mundo imaginario.
«One day in November», de Britta Marakatt-Labra. Arsenale.
En la obra de Marakatt-Labra se puede apreciar una unión de pasado y presente. Con gran modernidad, desarrolla historias de su cultura Sami utilizando la iconografía típica de esta comunidad.
Paisajes nevados, fauna septentrional y vestidos típicos de su gente, son tejidos y bordados con mucha delicadeza. Son cuadros con historias, o historias que se han convertido en cuadros. Puntadas enérgicas en lino, lana y seda configuran un imaginario nórdico sereno y elegante.
«Dragon», de Sabiha Khankishiyeva. Pabellón de Azerbayán.
Esta jovencísima artista presenta un dragón de Karabakh, que en su cultura es símbolo de protección de la humanidad. La forma de “S” del dragón en un motivo recurrente en los diseños de alfombras de su país. La instalación contiene numerosos platos de colores que hacen un bonito sonido cuando entra la brisa por la ventana. El juego de luces y sombras es espectacular. La obra consigue una atmósfera a la vez alegre y serena.
Gabriel Schmitz. Palacio Mora.
En el palacio Mora se puede ver mucha obra de este pintor alemán. Sus personajes son hipnóticos y las composiciones diferentes, originales. Hay dinamismo, inmovilismo, sobriedad y una paleta de colores calmada que transmite paz.
Hay otras muchas obras increíbles en la Bienal de Arte de Venecia que en un mundo ideal estarían ahora en las paredes de mi también ideal ático en San Francisco…
Pero siempre quedarán estos Festivales de Arte, para que, aunque sea por una vez en la vida, se crucen por mi vida estos trabajos fascinantes y, al menos durante unos minutos, nos podamos conocer.
Habrá que volver en el 2024…